sábado, 31 de enero de 2009

Levar el ancla











De acuerdo. No carguemos
con lastre de futuro
la temeraria nave del amanecer
que tripulamos sin libreta de embarque:
echemos por la borda los mañanas
y zarpemos con el rumbo de aguja
que nos deje en un puerto sin memoria.

Pero habrá que ser pacientes
y esperar: se enrocó el ancla
en los abruptos fondos de tus besos.



miércoles, 28 de enero de 2009

Soneto I

Pensaré en tí en esa hora temprana
En que –muerto- revivo lentamente
y en los cuartos de baño ciegamente
se abrazan el dolor y la desgana.

En la angustia que siembra la mañana
de futuros que mueren torpemente
en los rostros vencidos sin presente,
te soñaré tan cerca y tan lejana.

Cuando en la tarde añore el mar abierto
De tu boca y tus ojos navegado
Y en la noche el fondeo de tu puerto,

Teclearé con mi cuerpo cansado
El poema gestual de un llanto yerto
De deseo y despecho alimentado.

domingo, 25 de enero de 2009

Entrega de premios

En lugar de caer en la vulgaridad
de otorgarnos un número ordinal,
nos nominamos mutuamente.
Eso añadió cierta ilusión al juego
y gané entre sudores, en la cama deshecha,
el premio que reconoce sin disputa
ser el amante más viejo que has tenido.

martes, 20 de enero de 2009

A Marta, entonces tan joven

Estaba haciendo sexto y empezaba
a respirar los vientos del mayo de París.
Tenía quince años y una novia
-daba ese nombre a la que me gustaba-
que iba a las teresianas y ahora tiene
cuatro o cinco herederos (el mayor
amplía en Nueva York no sé qué estudios).

Yo escribía poemas al estilo de otros
-decía el profesor al que imitaba
en la forma de hablar, de arremangarse
las mangas del shetland sobre la camisa
y de despeinarse cuidadosamente-
y estaba más delgado, según creo.
El sexo, -solitario-, producía un inmenso
sentimiento de culpa y de pecado.

Tras una tarde de mayo adolescente
en el piso soleado del profesor de lite
en el barrio de Sants de aquella Barcelona,
con libros apilados en el suelo
y su mujer -francesa- sirviendo Nescafé
al grupito de alumnos aplicados
y mostrando al inclinarse unos pechos
altivos y redondos por el escote en pico del jersey,
compré una apabullante Historia del Teatro Español
que leí sólo a medias. Tocaba la guitarra y me sabía
de memoria los nombres y el equipo
de todos los ciclistas de la Vuelta y el Tour.

En ese año, pues, del que sólo te expongo
algunos esenciales eventos personales,
no podía –obviamente- imaginar
que tú estabas naciendo. Es por eso
que leíste lo que cuento de entonces
como si fuera una lección de prehistoria.

El cesto de los papeles




Víctor Canicio, escritor afincado en Heidelberg de donde se escapa cuando los fríos y las lluvias para refugiarse junto al Mediterráneo de su infancia, cultiva entre otras diversas plantas literarias una poesía minimalista de preciso lenguaje. Uno de sus poemas dice:


Dale también al cesto
un poco de tu amor por los papeles


Desde adolescente, mucho antes de conocer el poema, he amado mucho los papeles, pero he sido también enormemente generoso con el cesto. Las nuevas tecnologías, de las que soy simplemente un aprendiz, permiten sin mayor problema atreverse a socializar lo que uno escribe, sustrayéndolo a la papelera pero con la posibilidad de modificarlo tantas veces como quiera y, en todo caso, recuperar lo escrito y desvergonzadamente expuesto para depositarlo en el cesto de los archivos del ordenador -inaccesible a los eventuales lectores- cuando más tarde se piense que nunca debió haberse publicado.

Este blog que hoy inicio es un pequeño homenaje a los humildes cestos que han acogido y acogen tantas y tantas páginas de quienes escribimos.