Estaba haciendo sexto y empezaba
a respirar los vientos del mayo de París.
Tenía quince años y una novia
-daba ese nombre a la que me gustaba-
que iba a las teresianas y ahora tiene
cuatro o cinco herederos (el mayor
amplía en Nueva York no sé qué estudios).
Yo escribía poemas al estilo de otros
-decía el profesor al que imitaba
en la forma de hablar, de arremangarse
las mangas del shetland sobre la camisa
y de despeinarse cuidadosamente-
y estaba más delgado, según creo.
El sexo, -solitario-, producía un inmenso
sentimiento de culpa y de pecado.
Tras una tarde de mayo adolescente
en el piso soleado del profesor de lite
en el barrio de Sants de aquella Barcelona,
con libros apilados en el suelo
y su mujer -francesa- sirviendo Nescafé
al grupito de alumnos aplicados
y mostrando al inclinarse unos pechos
altivos y redondos por el escote en pico del jersey,
compré una apabullante Historia del Teatro Español
que leí sólo a medias. Tocaba la guitarra y me sabía
de memoria los nombres y el equipo
de todos los ciclistas de la Vuelta y el Tour.
En ese año, pues, del que sólo te expongo
algunos esenciales eventos personales,
no podía –obviamente- imaginar
que tú estabas naciendo. Es por eso
que leíste lo que cuento de entonces
como si fuera una lección de prehistoria.
CINE / TERENCE STAMP, MUY LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
-
¡Cuántas lágrimas te has ahorrado Terenci Moix que no sabrás que el 17 de
agosto de 2025, cuando mi nieta cumplía catorce años cerca del monte Fuji,
y...
Hace 17 horas
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